miércoles, 12 de julio de 2017

Reflexiones Filosóficas sobre la película “El Doctor”

Qué me sugiere “hoy” en este tiempo y espacio real las imágenes de  esta película que me remiten a una aproximación existencial de la relación médico-paciente.
Los títulos otorgan una competencia, nos  preparan y nos dan instrumentos  para…. Pero de ninguna manera es un pasaporte de omnipotencia para ejercer “nuestro conocimiento por el mundo” por qué cuántas veces “nuestra erudición” – no digo sabiduría-  sufre una lastimosa “abolladura”. ¿Qué quiero decir? Que se ponen en evidencia nuestras limitaciones,  no nos alcanza con el saber, con la tecnología puesta al alcance de nuestras manos, con los datos clínicos. Ahí el médico se da cuenta que los prepararon para atender enfermedades, pero con lo que se encuentran “son con personas enfermas” sujetos de carne y hueso. Que no hay enfermedades sino “enfermos”. Como no hay pobreza, es una entelequia, una abstracción mental, hay “pobres”, personas concretas con nombre y apellido, con rostros que nos interpelan y que nos comprometen y obligan a darles una respuesta.
El problema no sólo es solo físico, es emocional, social, cultural psicológico, anímico. No somos sólo cuerpo, sino que la mirada debe de ser dirigida a la integridad humana, a la PERSONA, que se constituye en esa interconexión médico-paciente. Es alguien que padece, que sufre, cuerpo que clama, lo más preciso que ha perdido, la salud, que necesita –por parte del médico entrega, comprensión- y allí constituye con él, la relación invalorable de CONFIANZA con el profesional. ¿Qué es la confianza?  Fiar-Con, en latín “Cum Fuides”, con fe.  Es integrarse en el reino de la vida, vida es esperanza  de recuperar aquellos que hemos perdido-la salud- y que nos hace sentir tan vulnerables, débiles, que nos paraliza, nos fosiliza, nos abate, nos irrita, nos genera desesperanza y lo peor pérdida de confianza en nosotros mismos. La confianza genera un mundo en el que lo que brota vive a la luz de la relación. La presencia anuncia estar ahí en plenitud, el uno para y con el otro. Sin ella la exploración se vuelve espectáculo. Con ella se anuncia la re-velación de un rostro. Y descubre que el síntoma no sólo es físico. Pero cuántas veces no sabemos leer el lenguaje del cuerpo que nos habla, nos grita y vale más que mil palabras.
Hemos de actuar, ante quien padece, con humanismo y espiritualidad, porque es una persona, única, irrepetible, intransferible, indivisa que establece una relación con el médico que es una interconexión entre un YO y un TU que conforman un NOSOTROS. Hay un diálogo de Ser a Ser. 
Tenemos que tener sensibilidad por lo humano, posibilidad que nos permite pasar de la ciencia a la conciencia. Dejar de vivir en el racionalismo científico-instrumental para asumir con plenitud el mandato de Hipócrates. Y además abrirnos con disponibilidad para tocar la vivencia de la trascendencia. La palabra que describe esta experiencia de la vocación del médico y de su profesionalismo es el término griego “kairós”: es el momento en que el paciente está listo para realizar su acto de conversión existencial. Porque el cuerpo “se mueve”, su movimiento se despliega, el cuerpo es el mediador activo entre Yo mismo y el mundo. Soy mi cuerpo, este cuerpo actual que llamo “mío”, el centinela que asiste silenciosamente a mis palabras, a mis alegrías, a mis desgarros, a mis padeceres y sentires. Así el mundo brota desde el fondo del propio cuerpo y el cuerpo se vuelve significante  del mundo. El cuerpo es para otro, es donación. De allí su carácter relacional intersubjetivo  y que se conforma en ese plexo de relaciones donde adquiere su significación y sentido.
Trelew, 28 de junio 2012